Con frecuencia caigo en cuenta de que, en términos generales, muchas de las opiniones literarias que sostenemos o que combatimos ferozmente como lectores acerca de muchos autores son, en realidad, opiniones de Harold Bloom. Ostentó la figura de opinador literario profesional con capacidad metaléptica (convencernos de que el autor pensaba algo que, en realidad, pensaba Harold Bloom). Productor de una obra que resulta, toda ella, una Crítica de la Razón literaria, razón falible que dijo que sí y que dijo que no a muchas obras literarias y que fundó sus argumentos en sus profundas experiencias como lector. Tratemos de saber porqué su razón y opiniones son importantes a pesar de que uno pueda o no estar de acuerdo con él. Harold Bloom fue junto con George Steiner, Marcel Reich-Raniki o Charles Baudelaire en el siglo XIX e, incluso, Sainte-Beuve en el XVIII, un crítico literario célebre. Célebre, por lo tanto, vilipendiado. Uno de los críticos que he citado, Marcel Reich-Raniki, se convirtió, como se sabe, en el personaje de La muerte de un crítico de Martín Walser, novela en la que el crítico resulta asesinado, ajusticiado por un autor dolido por sus críticas. Ocurre que en su ejercicio el crítico termina imposibilitado de salir a la calle. La pregunta es, entonces, ¿qué entendemos por crítica? Charles Baudelaire decía que la crítica es “un pensamiento inteligente y apasionado” acerca de una obra; la crítica, remataba, es apasionada y parcial. En todo caso, el crítico es el que distingue méritos, cualidades, afinidades entre autores y semejanzas entre las obras. Ensancha los horizontes con generosidad teórica pero también con algo más. Afirmó Walter Benjamin —acabado crítico literario él mismo— en el Concepto de crítica de arte en el Romanticismo alemán que habría que entender a la crítica no como un juicio sobre la obra (no califica la obra tanto como la pone en relación con una cierta Idea de arte) sino como un COMPLEMENTO IMAGINATIVO de la misma. Porque no hay crítica sin imaginación. Es UNA INVITACIÓN AL ENTENDIMIENTO. Así resultan los libros de Harold Bloom. Ahí leemos crítica en tanto que invitación a un banquete.

Otro de los grandes críticos de nuestro tiempo, George Steiner, se ha preguntado: ¿quién querría ser crítico de literatura pudiendo escribir un sólo verso de (ponga aquí el nombre del poeta que desee)? Tiene razón de manera parcial porque una obra sin crítica es como si no existiera en absoluto. La obra y la crítica se acompañan y se necesitan. Crítica, en el sentido lato de la palabra, es el que construye sentidos, puentes de entendimiento acerca de una obra. “La crítica es una actividad instintiva de la mente civilizada” decía otro poeta, que también era crítico, TS Eliot. Y enumeraba cuatro clases de críticos (Criticar al crítico, UNAM): el crítico profesional, el crítico con fervor (abogado de autores y escritor de alegatos fervorosos), el crítico académico-teórico (erudito y filólogo), y, por último, el crítico que además es creador ( “cuando estamos más cerca de la crítica literaria pura es con la crítica de los artistas que escriben sobre su propio arte”). 

Toda crítica implica, desde luego, una profundidad de miras y de lecturas. Harold Bloom se tenía a sí mismo como el más grande lector de nuestros tiempos. Se tenía a sí mismo como el que podía hacer de la lectura una estética de la experiencia. ¿Qué es experiencia lectora? Hacer de la lectura una vivencia con plenitud de sentidos. Uno puede echar la mirada atrás y decir, “bueno, qué ingenuos los troyanos que se dejaron engañar por los griegos y permitieron que un caballo de madera franqueara sus murallas”. Pero los troyanos no eran ningunos ingenuos. Nosotros sabemos algo que ellos no: los sabemos a ellos (Bloom). Lo leído se vuelve un acervo. Lo leído halla su almacén en nuestra memoria. Se requiere capacidad de retención, habilidad para comparar, relacionar y trazar semejanzas. Harold Bloom se midió a sí mismo según el parámetro del Dr. Samuel Johnson, el “dios de la crítica literaria” del siglo XVIII inglés. Johnson era el que decía “Más vale oír reproche de sabio que alabanza de necio” y fue considerado como el más grande sabio de la crítica literaria en la tradición inglesa. Johnson —y Bloom siguiéndolo— incitaba a la memoria: «¿Qué puedes criticar si no lo conoces de memoria?». A los más grandes no sólo hay que leerlos sino saberlos de memoria. Y aquí está una de las tesis fundamentales del trabajo de Bloom: cuando leemos a los grandes sabios de nuestra tradición, no hay conocimiento propiamente dicho sino DEVELAMIENTO DEL YO. Leyéndolos se nos muestra “un yo oculto hasta entonces desconocido”, se nos manifiesta una capacidad inusitada de pensar nuestro propio yo. Tiene lugar un AUTOCONOCIMIENTO, una consciencia: “Te das cuenta de que no sólo eres hijo de tus padres” (Bloom). “El Niño que nace, no ha nacido todavía” dice Dussel: “el verdadero milagro de la gestación es cuando te gestas como sujeto” y esto viene después y a través de la lectura. Por lo tanto, hay que darle a todos los libros carácter de libros sapienciales. Todo lo leído debe ser digno de ser memorizado, como se memoriza el Corán, la Biblia o el Tao Te King.

Pero, ¿cómo elegimos lo que debemos leer y memorizar? La misión explícita de Bloom era DESPERTAR EN SUS LECTORES EL GENIO DE LA APRECIACIÓN con la esperanza de toparnos con lo extraordinario (en una época a la que le incomoda que alguien le diga lo que es la grandeza y lo que es extraordinario). Cuando hablamos de Bloom hablamos de un crítico que ponderó al genio creador por encima de todas las cosas en una época que se ha pronunciado, incluso, por la muerte del autor: “el genio -dice Bloom- está más vivo que nosotros”. Sus esfuerzos estuvieron enfocados a la comprensión de los logros literarios con la esperanza de que la apreciación se module y se convierta en amor. Deseo enorme de que crezcamos gracias a los genios de la literatura. “Shakespeare nos ha hecho diferentes porque él nos ha ayudado a comprendernos”, hay, incluso, una “invasión de nuestra realidad por parte de los personajes de Shakepeare”. Lo genial, según Bloom, es aquella cualidad de que un autor pertenezca a su época pero también su capacidad de sobrepasarla. Dice Bloom: “el genio solitario no es sólo explicable a través de determinaciones historicistas (Thomas Middleton, Philip Massinger, George Chapman compartieron los mismos recursos culturales que supuestamente modelaron Hamlet)”.  El concepto, caído en franco desuso y que antes fue prestigioso de Genio, es para Bloom “la perfección de lo absorbente”, es decir, aquello que recibimos “a través de los poros”, “atrae toda nuestra atención” y no podemos sustraernos a ello exaltando LA IMAGINACIÓN QUE ARDE EN NUESTRO INTERIOR. Bloom, que fue una figura de autoridad, fue, por todo esto, polémico: escribió el Canon Occidental y se enemistó con el feminismo y los estudios culturales; escribió Genios y se malquistó con la literatura comparada, remató con Shakespeare, la invención de lo humano y molestó a otras tantas disciplinas que le arrojaron juicios y descalificaciones.  

Opino que nadie debe sustraerse del placer de leer la crítica de la razón literaria de Harold Bloom, razón falible, para después rebatirla: se cumplirá en todo caso su tesis (que también era su deseo) de que leyendo a los más grandes lo que se devela es nuestro propio yo…