La Fama dice:

I

TafiA veces finjo que te hago confidencias. Pero yo cuento secretos a todos… y a todos les digo al oído ‘sólo a ti te confío este secreto’. Conté secretos a todos los oídos y crucé las ciudades llevando rumores como una hábil mensajera.

En Venecia extendí la noticia de que los interiores de la Catedral de San Marcos brillaban con luz propia. Dentro, el oro brillaba aún en la oscuridad.  Esas cúpulas resguardaban el resplandor como un estuche divino. El Maestro Apolonio y Andrea Tafi habían configurado hermosos mosaicos de los muros y las cúpulas de la Catedral de la Serenísima y habían dado luz al interior con sus figuras. En Venecia se rumoraba que Dios se sentía a sus anchas en San Marcos. No había un lugar en el que le gustara estar más. Yo esparcí la fama de Tafi por toda Italia: ‘sus mosaicos hacen sentir a Dios como en casa. Dios siente’.

Los florentinos hacen llamar a Tafi. Se dice que sus mosaicos cantan. Todos quieren mosaicos que canten. Pero los oídos de Giorgio Vasari son sordos a este canto. La música de Tafi no puede conmoverlo. No debe. Como Odiseo, Vasari se ata a un mástil para permanecer incólume ante las notas doradas de los mosaicos cantores de Tafi.

Solo gentes ineptas –escribe Vasari— que desconocían la existencia de otros modos de obrar, lo tenían por divino’. ¡Tanta es la sordera y la incomunicabilidad incluso entre dos personas que aman a Dios y al resplandor! A vagar por las estrellas se fue la fama de Tafi.

Lo cierto es que Vasari al mismo tiempo que desprecia el canto de Tafi, lo reconoce y lo consigna en sus Vidas. ¡La vanidad de ambos queda herida en este tránsito!

II

En el tratado Acerca de la Amistad que escribió Cicerón se hallan unas cuantas verdades granadas. Por ejemplo: ‘los enemigos encarnizados hacen a veces mejor servicio que esos amigos que parecen dulces, porque los enemigos dicen muchas veces la verdad desnuda y los amigos nunca’.

Generado por el aire dulce de Florencia, Gaddo Gaddi y Giovanni Cimabue cultivaron una amistad entrañable. Por aquellos mismos años, circundados por el mismo aire dulce de Florencia, Dante Alighieri y Guido Cavalcanti practicaban una amistad tierna, llena de reciprocidad y poesía. Pero pronto la dulce fraternidad poética se heló. Guido y Dante tuvieron que helar sus corazones para poder escindir mejor sus caminos poéticos. Gaddi y Cimabue por el contrario: mantuvieron tibios sus corazones como el interior de un establo lleno de vacas. Intercambiaban en sus conversaciones conceptos bellos como solo un alma bella puede cambiar con otra alma bella. Goethe tambien quería tiernamente a Schiller, pero la verdad es que su inteligencia le incomodaba. El gran Goethe se sentía visto, descubierto por su amigo.

Pero regresando a Gaddo Gaddi y Giovanni Cimabue, pediré a los que me escuchan que se tomen el corazón: debe ser cierto que tu corazón es de piedra si no se te desmorona cuando oigas lo que estoy a punto de decirte. Gaddo Gaddi es sólo el nombre en la lista del Gremio de los Médicos y los Especieros al que pertenecían los pintores y mosaístas de la época. No existen obras que puedan atribuírsele a Gaddo Gaddi y la única que hay, es una atribución dudosa. Sólo un nombre.

Gaddo Gaddi ¿amigo del hipersensible e irritable Giovanni Cimabue? ¿No será un amigo imaginario? ¿Una invención? ¿Un desvarío?

¿El anhelo, quizás, de un alma solitaria?

III

Es casi imposible corroborar un rumor sin que la evidencia sea tan punzante como un cuchillo. Para algunos, la voz de la Fama es un auspicio, un vaticinio.

Margaritone pintaba en la ciudad de Arezzo y a sus oídos llegaban las múltiples voces que le anunciaban un ocaso. Margaritone pintaba como los bizantinos. De Bizancio, Margaritone mamó leche y miel. Aprendió a mirar a través de los ojos siempre abiertos de Bizancio.

A lo lejos podía oírse el rumor de la caída del estilo bizantino. Como si fuera una ciudad caída, saqueada y en llamas, la mirada del pintor no podía más que caer. Entonces yo me le acerqué y le susurré al oído que su mirada se estaba vaciando sin que se diera cuenta. Las cavidades de los ojos de Margaritone no estaban vacías: tenía ojos para ver, pero al igual que Edipo, Margaritone renunció a seguir mirando… y dejó de pintar.

Dejar de pintar es más que un aspaviento. Es una redefinición del cuerpo y del espíritu. Dejar de pintar es comenzar a vaciar el cuerpo del pintor. Es reconstruir y redefinir sus funciones. Margaritone no se sentó a ver el ocaso de su manera de comprender el mundo.  Se puso a esculpir crucifijos. A sentirlos en las manos.

Se dice que Margaritone murió  cansado de vivir.

Labor y dedicación, ¿adónde se van? Se escribe un libro en mil noches y alguien lo lee en el transcurso de 15 mañanas. Ni siquiera la iluminación, ni la luna ni los astros coinciden. El tiempo de escritura es distinto del tiempo de la lectura. ¡Nadie entiende el tiempo de la pintura: ni la luna ni el lunático!

Se ven las ramas de un gran árbol extenderse contra la luz del cielo: ser árbol le tomó más de dos eternidades. La mirada se posa sobre esto o aquello, pero nos tomó milenios aprender a ver. Por eso renunciar a ver es una de las mayores tragedias.

El hombre que deja de pintar, renuncia a su mirada de siglos en un instante.

IV

Cuando cayó la ciudad de Troya un mensajero corrió a la cima de una montaña a prender un pebetero. Desde la lejana cima de otra montaña alguien percibió el fulgor del fuego que anunciaba la caída de la ciudad del rey Príamo, así que también prendió el pebetero de la cima de su montaña. Y así sucesivamente, de cima en cima, se extendió el mensaje hasta las ciudades de Micenas e Ítaca. La estafeta de fuego era un rumor que se comprobaba dolorosamente.

Del mismo modo, el fulgor del fuego pasó de pintor en pintor hasta llegar a Giotto.

Giotto se volvió el primer sol dentro del sistema planetario de Giorgio Vasari. Los cercanos a él, se iluminan, trascienden; los lejanos mueren de frío, son planetas de carbón.

Antes de Giotto la tentativa; después de Giotto el camino de la mirada tiene sendas iluminadas. Los pre-giottescos en Vasari no son chamanes sabios que canten o se arrojen a los cráteres de los volcanes. Tuvieron únicamente el mal tino de nacer antes que Giotto. Su impericia, Vasari la explica por la alineación inoportuna de los astros. Su incapacidad es de horóscopo.

El fulgor del fuego va de pintor en pintor como de cima en cima… pero al final, lo que importa no es el fuego sino jugar a prender el pebetero…