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La Fama dice:

I

“En medio del universo, entre la Tierra y el Mar y las Regiones celestes hay un lugar desde donde se contempla todo cuanto sucede en los demás países, incluso los más apartados, y en donde todas las voces penetran en unos oídos siempre dispuestos a escuchar” (Las Metamorfosis. Ovidio)

Eso está escrito en el dintel de la puerta siempre abierta de la ciudadela de la Fama. ¿Y yo? Yo soy la Fama. Puedes reconocerme entre la espesura de un bosque de murmullos.

A mi palacio no le he puesto ninguna puerta, pero lo cierto es que las puertas abiertas de mi imperio no todos pueden cruzarlas. Por eso, a fin de obtener la Fama, los hombres aplastan, sitian ciudades, ¡realizan pinturas o escriben libros! “Ten cuidado con lo que deseas y pides al cielo” advertía un satirista romano. Y tiene razón: ¡Cuidado con lo que deseas: porque te puedes volver famoso!

Todos vivimos habitados por una locura ¿tú ya has descubierto la locura que te habita?

Los antiguos griegos luchaban por obtener la opinión favorable de los demás. Que quedaran indelebles en la memoria  sus proezas físicas, su valor en el campo de batalla, su habilidad para esgrimir argumentos en la plaza pública, en suma, luchaban por obtener mi lustre.

Ahhhhh… la Fama: arcos del triunfo, monedas, trofeos, medallas, retratos tallados en piedra o acuñados en metal, pinturas, escudos, ¡15 minutos! Los pintores llenan sus talleres de pinturas: apilan lienzos que pueden contarse por docenas; los escritores, pródigos en letras, colman sus estudios hasta el techo. Pero hoy se lee de Petrarca las obras por las que él se sentía menos orgulloso: el gusto de los siglos es veleidoso ¿no lo sabes aún?

Pero yo comprendo a mis ansiosos hijos. Soy lo que podrías llamar la Épica del Deseo Humano. Y del mismo modo que mi hermano, El Sueño, tiene a su servicio a sus 3 mil hijos (cada uno de ellos encargado de crear diferentes imágenes y simulacros mientras duermes) así yo: tengo a mi servicio 30 mil voces que vienen y van mezcladas de verdades y falsedades, de gritos y susurros, de deseos y posibilidades. Mi voz es un coro de 30 mil bocas que cantan a la volatilidad…

II

Recuerden esto y nunca más volverán a sorprenderse de los caprichos de la vida de artista: pueden haber famosos sin fortuna y afortunados sin fama¡Pero a un artista del Renacimiento no le interesaría una separada de la otra! ¡Fama y fortuna son dos expresiones emanadas de una misma fuente: el genio!

Al genio del Renacimiento no se le escatima fama y fortuna o de buena gana abandonaría su taller de oficio en la Calle del Cocomero por los bancos de contador de monedas de oro en el Puente Viejo sobre el río Arno. En Florencia se ama el dinero y la belleza, pero sobre todo se ama el sentido práctico de la existencia. Los artistas del siglo XIII son devotos (o al menos fingen serlo) porque les conviene estar en buenos términos con hermandades y colegios.

Fingen rezar, pintan, dibujan, escriben poesías, esculpen y proyectan palacios, iglesias y fuentes. Se espían y mantienen los ojos puestos en unos y otros. Aman el lustre y el oropel, pero a diferencia de otras épocas, en los artistas del renacimiento, sus acciones y obras van a la par que su vanagloria y presunción. ¡Qué época es esta: talento igualado a la pasión! Sólo dos o tres veces en la historia de la humanidad puede darse tal empate. ¡Y yo, La Fama, dando de mamar leche como una loba de miles de ubres a todos mis adeptos! ¿Y quién extrae la gota de leche de mis pletóricas ubres en el Renacimiento? ¡Giorgio Vasari, que se rasca todo el tiempo y por eso lleva las uñas largas!

Yo llevo la batuta de la Fama y dirijo a una orquesta montada en una claraboya que flota sobre un río. Allá, a lo lejos, hay una cascada que suena. Este es un secreto voces: todos caeremos por ese río que se escapa…

III

Hasta aquí hemos caminado 29 mapas de las primeras Vidas de Giorgio Vasari. Mapas que también pueden ver los ciegos porque estos mapas son audibles. Las pinturas, las esculturas, los puentes y las capillas que puedes encontrar en estos mapas ya no existen en su mayor parte. Guíate por estos mapas y encontrarás una tierra baldía o un gris edificio de oficinas burocráticas.

Es que la Obra está en otra parte. Más allá y más acá.

La pintura de las primigenias luces, la pintura del Trecento italiano encarna un primer y esencial desacuerdo con la ciencia. Pintar en el Renacimiento implica un profundo desacuerdo con los principios ópticos de Euclides. ¡Es que la pintura está inventando su propia manera de VER! Pintar impone su propia óptica: es el plano pictórico contra la esfera científica.

Si la Obra está en otra parte, más allá y más acá, si la Obra está fuera de la esfera del recuerdo, entonces la Obra tampoco me pertenece a mí. Yo, la Fama, soy un testigo a sueldo… no más…

La Obra es algo visible incluso para los ciegos. Pertenece a quien sepa oír y caminar mapas por tierras que ya no existen. Mapas de obras imaginadas… confabuladas… algunas veces vistas con los propios ojos… otras, apenas intuidas…

Miles de lenguas anuncian al acuñador de Famas: Giorgio Vasari de ojos sorprendidos. Vasari memorioso. Vasari Funes. Vasari Recipiente. Vasari Atlas y Olvido Deliberado.

Vasari piromaníaco. Escucha cómo crepitan sus páginas quemadas.

La Fama dice:

I

1entryEn la historia de la pintura italiana abundan los hermanos pintores, los padres y los hijos agremiados bajo una misma pulsión: comprender el mundo por medio de las imágenes. Las imágenes son para los pintores del primer renacimiento una forma huérfana de la fe. Por eso más que historia del arte, el arte de las primigenias luces es una novela familiar.

Toca el turno de extraer de las sombras el recuerdo de Pietro Laurati, hermano de pintor y Maestro de pintores, es decir, padre simbólico de forjadores de imágenes. Huérfano de fe pero atado al destino del gran Relato.

Pietro Laurati pintó hombro a hombro con Margaritone, el pintor trágico de este Gran Relato escrito durante cerca de tres décadas por Giorgio Vasari.

Pero he aquí una ligazón curiosa dentro de la gran telaraña de Las Vidas de Vasari:

Para la ciudad de Arezzo Pietro Laurati pintó una Virgen que fue colocada en el altar mayor del Duomo. Bajo los dientes de este altar, tres siglos más tarde, el niño Giorgio Vasari aprendió sus primeras lecciones de arte: viendo la pintura de Laurati mientras los solemnes oficios lo perfumaban todo con el profundo olor del copal. Cuando Vasari fue mayor, emprendió la restauración de la Virgen de Laurati que ya había amarilleado aquí y allá. Vasari pintó sobre los trazos de Laurati y con esto quedó sellada una devoción.

Con la Virgen de la catedral de Arezzo, la geometría de la mirada de Pietro Laurati y de Giorgio Vasari fue arrojada al pozo insondable de la historia… historia del arte que, ya lo he dicho, es aquí más arte que historia…

II

Pietro Laurati es el primer pintor en utilizar el óleo para pintar en las Vidas de Vasari. El óleo proviene según la  tradición –que es un engaño auto asumido– de allende los Alpes: de las regiones flamencas de los hermanos Van Eyck.  El arte de las primigenias luces del Renacimiento italiano no está pintado al óleo sino al temple y al fresco. Pero, en realidad, es necesario que la mayor parte de las pinturas de este período hayan desaparecido casi por completo para poder quedarnos con La OBRA. No con las pinturas.

La Obra es una nueva forma de Ser.

Para Pietro Laurati todo el privilegio de la novedad. La Fama de Giotto y el contagio de la chispa es su herencia. ¡Laurati, yo soy tu testigo a sueldo! Yo te veo. Te recuerdo. Sostengo tu verdad y también sostengo tu mentira, esa verdad incomprendida.

Laurati desciende al Limbo sobre una aleta de tiburón, como el personaje de uno de sus frescos: ese es su epitafio visual… y con esto, yo, me detengo.

 

La Fama dice:

I

thebaidGherardo Starnina fue en el campo de la pintura lo que siglos más tarde será Cristobal Colón en los viajes marítimos y de aventuras. Pero Gherardo no descubrió piélagos que antes no hubieran sido vistos: ya Hércules había atravesado España cuando se dirigía al Jardín de las Hespérides.

Como Colón, Starnina necesita a España. Hispania era el confín de todos los mapas hacia el Poniente. Más allá de esta tierra que se abría como pregunta se dibujaban dos fisonomías: una  abominable, de tierras habitadas por monstruos tenebrosos y dragones; y otra de semblante  amable de reinos afortunados o de islas sumergidas en el océano como Atlántida o San Balandrán, residuos de una Edad Dorada que reaparece de cuando en cuando de la profundidad de los mares.

España era la tierra medida por los pasos de los trotamundos y de los peregrinos compostelanos, armados con palmas y bastones. Hispania se caminaba hasta dónde los salteadores de caminos lo permitieran.

Al norte de los Alpes, Europa se solazaba en la barbarie. Pero en España habían dos burbujas de la más alta y refinada civilización. Alrededor de ellas los lobos acechaban y los linces se mantenían rampantes. Era la Corte de Toledo y el Califato de Córdoba, este último sacado de la imaginación de las Mil y una noches. La corte de Toledo, por otra parte, era el refugio de las almas ulceradas por la gentileza. Corte de trovadores y troveros, de viejos caballeros andantes gordos de vanagloria y cortesía; cruzados, poetas y nobles se daban cita en la corte de Toledo, famosa a fuerza de Amor Cortés.

Gherardo Starnina llegó a la Corte de Toledo y se le adelantó por tres siglos antes a El Greco. El espíritu de Starnina se vuelve gentil en la refinada corte donde aprende los dulces aires del laúd. Aprendió de Toledo el amor cortés, pero en cambio, Toledo aprendió de él un arte extranjero y nunca antes visto: el arte de las nuevas luces…

 II

La Capilla de San Blas, en Toledo, más que pinturas muestra un Acto. Debido a su lamentable estado hoy no podrías hacerte mucha idea de su esplendor de otro tiempo. Es un acto ceremonioso, y por momentos afectado, que inaugura la tradición de la pintura española que no es tradición sino una sucesión de apariciones irregulares de colosos. Su número no es grande, pero uno o dos de ellos bastan.

En San Blas, Gherardo Starnina pintó rocamadores, es decir, amantes de las rocas. Llamados por la fe a pasarlo en ermitaje en lo alta de una árida montaña. La vida mística que pintó Gherardo no representa un loco afán ni una extravagancia, era la imitación de Cristo:  el auténtico Fitness de la época.

Con su espíritu gentil Gherardo pintó de azul profundo los espacios que en otro tiempo algún oscuro maestro ibérico hubiera pintado del color de la morcilla y del oro. Abrazó la idea de pintar la capilla más hermosa del mundo, sólo comparable quizás a la Capilla de la Arena en Padua.

¡Hijos míos que esperan historias noveladas de dónde tomar imágenes con clave de mundo! ¡En esta historia bien cabe la historia de una discordia! Starnina llega a Toledo huyendo de sus múltiples enemigos italianos. Gherardo se refugia en la capilla de San Blas de las iras y las centellas de sus  adversarios. España es su refugio y su caverna, lugar de su eremitismo dónde esperar a que la sabiduría ascética se le derrame del corazón a fuerza de mirar atardeceres rojos.

Practicó el sueño de los eremitas recostados sobre la dura y afilada piedra. La pintura de Gherardo Starnina fue un acto de miedo… y de inauguración….

III

Una vez Gherardo Starnina pintó a un bello muchacho montado a la espalda de otro rapaz como si fuera un jamelgo. Cuenta Giorgio Vasari que el muchacho que hace de caballo apresura el paso al látigo de su jinete. El caballo intenta morder la oreja del que lo cabalga.

En este inocente juego de niños pintado puede vislumbrarse el programa entero de una vida: convertirlo todo en Obra de Arte reconduciéndolo todo a una sencilla regla de juego. Una cruzada fundamentada en el juego. Pero nadie ha dicho que en el juego no exista el miedo. ¡Recuerda cuando el juego producía temor y volverás a tu propia antigüedad! La pintura de Gherardo temeroso de sus poderosos enemigos juega con sus propios miedos.

Murió a los 49 años, feliz de morir distanciado de Italia y jugando a la utopía. Vasari le consignó un epitafio de dudosa profundidad:

“Llevado por los hados
siempre lo han celebrado como se merecía
con grandes y sentidas loas”

Se sabe que Gherardo murió fulminado por una extraña enfermedad. Cuando cayó al suelo llevaba puesto el mismo traje español con el que una vez se había autorretratado entre los curiosos que veían morir a San Jerónimo…

 

La Fama dice:

I

AretinoGrande es el poder de la imaginación. Hace falta ver cómo los griegos morían por sus sátiros y sus cíclopes, o cómo los hebreos soportaban la apariencia espantable del dybbuk sobre la espalda. Los cristianos de verdad morían –siguen muriendo–  a fuerza de pecados y, mientras tanto, un dramaturgo puede ver cómo se le cae el rostro a pedazos frente al espejo. El poder de la imaginación obra en Lady Macbeth que no puede lavarse la sangre de las manos ni con detergente.

Hay en la imaginación una realidad concreta como una piedra. Con tres zancadas un enano pueden abarcar el ancho mundo en la imaginación de la India. Las mujeres dejan de dar vueltas al huso cuando alguien de la tribu muere, no sea que el hilo de la existencia comience a enmarañarse.

Hubo un tiempo en que todos los pintores querían tener la oportunidad de pintar a San Jorge peleando contra el dragón (I. Calvino).  Los pintores eran San Jorge, el dragón era material para la imaginación. O tener la oportunidad de pintar las tentaciones llenas de música disonante de San Antonio, rodeado de demonios pequeñajos como gatos. O los suplicios de Lucifer en el Averno cuando expulsa a un río de gentes por el ano a la manera de las solfataras del Vesubio. O la risa cáustica de Demócrito o el llanto desconsolado de Heráclito.

Pero no basta con imaginar. Hace falta confabular, crear… y sucumbir. La imaginación también puede ser una enfermedad. Una dolencia. Es necesario morir cada noche de imaginación….

II

Spinello pintó muchos muros. En una iglesia rápidamente derribada pintó escenas de la vida de Juliano el apóstata, el enemigo acerbo del cristianismo. Ya nadie recuerda que en los muros de una iglesia derribada una vez estuvo pintado sobre el muro Juliano el apóstata atravesado de medio a medio por una lanza y gritando a voz en cuello: ¡Me has vencido, galileo!

Es un muro de imaginación derruida.

En el fresco contiguo, Spinello había pintado también a un santo cortándole la pierna a un moro para inmediatamente ir a implantársela a un cristiano enfermo. De estos frescos dulces a fuerza de violencia no queda en pie sino la gran imaginación para el suplicio que tenía Spinello Aretino.

Después de pintar, por las tardes el Aretino corría a unirse a una Cofraternidad encargada de socorrer a los desastrados de la ciudad de Arezzo. Durante la gran Peste Negra Spinello ayudó a recolectar donaciones y avituallas. Spinello lleva viudas en hombros y tísicos en camillas. Faltaron leprosos envueltos en vendas sanguinolentas para hacer de Spinello el primer santo pintor del Renacimiento italiano.

Con imaginación y con la muerte bajo los dientes, el número de pinturas imaginadas es infinito. ¿No son todos los rostros que vemos una invención? Para este hombre de imaginación hasta la caridad es una forma de la fantasía.

Un santo sin imaginación no es santo. Necesita imaginación para imaginar su propio suplicio. Imaginación-flagelo. Imaginación de santo que decapita, que arranca los ojos y arroja las turbias gelatinas a un pozo. Imaginación de santo que desuella y amputa miembros fantasma. Spinello, colono del martirio imaginado, pone al fuego de la pira a hechiceras que conjuran el destino. Spinello, pintor de Imaginación asentada en un abismo tan profundo como el Infierno mismo (Meister Eckhart)…

III

‘Monstruo que amo tanto, monstruo de infinita ternura: no me enloquezcas. Monstruo de adorables cuernos y hermosas patas de macho cabrío. Monstruo que me mimas, monstruo que acaricias mis mejillas de niño ajado. No me enloquezcas. Quiéreme con tu rojo vellón’.

Spinello Aretino murió anciano. Repetía aquello que preguntaba una y otra vez el anciano Rey de Pilos: ¿qué crimen he cometido para merecer una vida tan larga? 

Una noche el anciano pintor, santo de imaginación de suplicios, soñó con un diablo que en otro tiempo había pintado sobre el muro de una iglesia. Al día siguiente de su sueño, Spinello iba por la ciudad de Arezzo con los ojos desorbitados, abiertos como pozos… pero vacíos.

Balbucía palabras sin sentido.

Era la mitad de un hombre caminando por las calles.

¡He ahí el poder de la imaginación!

La Fama dice:

I

ancient2Ya han pasado tantos siglos como volátiles en el aire. Ha pasado tanto tiempo. Ya nadie sabe exactamente cómo invocarme, a mí, la Fama, a medio camino entre diosa y amiba.
Tanto tiempo que ya nadie sabe a ciencia cierta qué plegarias elevarme o qué ofrendas sacrificiales quemar en el altar.

Mmmmm… El campeón del pancracio Meliso de Tebas –que se contorsionaba sobre sus contrincantes como un trapecista– sí que sabía cómo halagarme. También Alexis de Tarento que tanto envanecía el gesto cuando cantaba y que se ganó, por esto, la antipatía del mismo Aristóteles. Alexis sabía cómo agasajarme con sus cantos de rapsoda. Yo soy una diosa o amiba generosa. Siempre beneficio a quienes me lisonjean.

Es el caso del pintor y arquitecto Jacopo dal Casentino. Nació en una casa innoble y de unos padres de oscuro linaje. Creció entre sórdidas estrecheces. ‘Acarició la idea de vencer la pobreza mediante la pintura’ está escrito en el evangelio según Vasari. Pero el orgullo miserable que empujó a Jacopo a salir de la pobreza no estropeó ni arruinó su espíritu altivo. Yo misma me encargué de ello. En tierra de banqueros ser pintor es una salida de emergencia. Cuando era muy niño Jacopo dal Casentino entró como aprendiz en el taller del viejo Maestro Taddeo Gaddi.

Para tener vino diario sobre la mesa es necesario afeitar el orgullo y destensar las cuerdas, generalmente tensas, de la dignidad. Pero Jacopo era un artista y no el mono de la fábula que salvado de morir ahogado por un delfín, comienza a fanfarronear sobre el lomo de su salvador acerca de su ilustre ascendencia.

Jacopo es un artista… y de los más notables. El afán material no estropeó a Jacopo dal Casentino que pintó hermosamente por las razones equivocadas. Pero eso no importa porque al final, si bien el delfín de la riqueza salvó de morir ahogado a Jacopo, no pudo evitar que la mayor parte de sus pinturas se hundieran en el mar. El delfín de la riqueza salvó al pintor pero no a sus pinturas, que es otra forma de morir…

II

Cuando Giorgio Vasari escribió la vida de Jacopo dal Casentino pensó que ninguna de sus obras se había conservado. Inventó un epitafio en el que hace hablar al artista en primera persona:

Tuve una mano segura y sólo pinté frescos.
Ningún cuadro conserva mi obra

Vasari estaba equivocado. Lo cierto es que, como ya he dicho, yo misma me encargué de salvar algún número pequeño de sus pinturas. Dos o tres, ya no sabría decir. Ha pasado tanto tiempo. ¿Existiría una pobreza más sórdida y verdadera si hubiera sobrevivido el pintor opulento pero no sus pinturas? Ahí está, por ejemplo, esa miniaturilla que salvé del naufragio y que representa ‘La enseñanza de los Antigüos’. Muestra a un sabio, a un rey, a un sacerdote y a un mendigo cada uno dispuesto en los ejes de una Rueda de la Fortuna. Una mujer de vestido azul y coronada por una tiara gira el mecanismo de modo que a veces el rey está en lo bajo y el sacerdote en lo alto; otras el mendigo sube y el sabio baja, y así, todo cambiando de fortuna puesto en acción por ¿adivinen quién? La Fama. Sí, yo giro la Rueda de la Fortuna en la miniaturilla de Jacopo dal Casentino. Quise agasajar a Jacopo salvando ésta obrilla de morir disuelta en el mar sin pena ni gloria.

Vasari no podía saberlo. Él sólo consignó al pintor opulento.

Vino Jacopo dal Casentino con el olor de los billetes sudados. Vino con el olor del falso valor de la promesa de un oculto tesoro en la entraña de la tierra. Vino con el metal líquido con que se fraguan las espadas y se acuñan las monedas. Vino con el olor de la Fortuna y la Furia. En una tierra de banqueros es difícil pedirle a Jacopo que no piense en dinero. En una tierra de príncipes y opulentos el pobre es sólo un mal duelista. Es necesario batirse a duelo con toda la ciudad e intentar permanecer no en el libro de la historia de los hombres sino en el libro de cuentas…

La Fama dice:

 I

apostleMi ánimo me inclina a querer hablar acerca de las mudanzas de Antonio Veneziano.

Debería admitirse para todo aquél que cambia constantemente de modo de ser, un poco del miedo que hace sudar frío al jugador cada vez que tira los dados. Labrar la propia personalidad a través de muchas mudanzas del temperamento dejando atrás a los que una vez quisiste; elevándote sobre tu espíritu cada vez más pero también cada vez más solitario por las tardes; demudado frecuentemente a fuerza de vocación.

El llamado es uno, las formas de acudir a ese llamado son múltiples. Pero toda vocación es una bomba de tiempo debajo de la mesa: en cualquier momento puede volar en mil pedazos. Con la vocación explota también la vida, o mejor dicho, explota la manera de entender la vida.

En su tierra natal los ojos de sus compatriotas estaban cerrados para él. Cuando los venecianos lo veían sus ojos supuraban un mal ácido. Antonio abandonó los muros mohosos de su natal Venecia por la promesa de Florencia, circundada  de elegantes cipreses. Dejó Venecia aguijoneado por los dardos certeros de los envidiosos. Antonio los lleva hincados todavía en su sensible corazón de artista.  Yo ignoro si alguna vez pudo sepultar el recuerdo de los recelosos. La mudanza de Antonio Veneziano está perfectamente justificada. Lleva el apellido Veneziano como Sísifo lleva su pesada piedra sobre la espalda.

A veces Antonio Veneziano se sienta sobre su roca a oír los murmullos de la tarde…

II

Recuerda el antiguo precepto pitagórico según el cual es de pésimo augurio recoger algo que haya caído al suelo.

Heléboro para el insomnio que haya durado más de dos semanas. Por lo demás, deja que el éter nutra los astros durante el equinoccio. Intenta dormir después del segundo alimento; que el estómago satisfecho haga reposar los espíritus de tu mente intranquila después del turrón y las tostadas.

¿Bocio? ¿Malaria? ¿Ojos saltones de escrofuloso? ¿Indicios de cabeza de alforfón? ¡El antiguo pintor ahora devenido médico, Antonio Veneziano, tiene los mejores remedios de Florencia!

¡Acude, oh doctor, a rajarme la vena hinchada!

Doctor Veneziano, Giorgio Vasari se rasca todo el tiempo. ¿Qué otro remedio tiene usted para el escozor de la piel además de las consabidas uñas tan largas como cuchillos?

El esputo y la flema deben tenerse en consideración según las disposiciones humorales del paciente. La melancolía de Margaritone que le hace ver cometas y arco iris nocturnos: ¡tratemos la bilis negra del paciente con aires dulces de laúd! Y deje de pintar, Margaritone, que pintar le llena de sombras el ánimo.

La flema irritable de Cimabue se quedará en observación: reposo, algo de filosofía neoplatónica y aceptación. Aceptación de sí mismo y de las críticas de los demás, Maestro.

La manía avariciosa de Agnolo Gaddi se simboliza con un enjambre de abejas aturdiéndole el sueño. De Buffalmaco la hernia y de Cavallini la vena estropeada.

¿Te has enamorado de una rosa infernal de cándidos pechos, Giovanni? El amor se cura con el tiempo. Espera y verás.

Cuando Lyssa aparece en el umbral y comienzan a sonar flautas terroríficas sabrás que dentro de poco perderás el seso con furor, epilepsia o histeria. ¡Arrójame entonces la piedra curativa y que sienta yo el desmayo de la tensa calma! ¡Lapídame de templanza, sofrosine y manía carismática!

Cúrame de insania, oh, Antonio Veneziano, pintor y médico… el médico de los pintores.

III

El epitafio de Antonio Veneziano es digno de recordarse:

En mis años de juventud fui pintor, el resto del tiempo me cautivó al amor por la medicina. Aplazaba con la medicina el desenlace de muchos.

Experto en pintura y experto en medicina, Antonio Veneziano fue el pintor de los cirujanos y el cirujano de los pintores. Tomaba alternativamente el pincel o el bisturí. Practicaba sangrías y pintaba al temple a la caseína.  Yo recuerdo cuando Antonio Veneziano fue a asistir en la muerte al gran Giotto: hablaban de pintura aunque hablaran de la hinchazón de las venas.

Antonio murió de un atroz dolor de estómago…

La Fama dice:

I

maest_00En las barberías de la ciudad de Siena los barberos aturdían a sus clientes con su cháchara interminable. Los párrocos con su meliflua verborrea taladraban los oídos de sus parroquianos. No hay siquiera certeza acerca de qué se habla pero se habla. Se repite, se difunde, se magnifica. Lo que comenzó como un quiste insignificante tiene ahora el tamaño de una munición de artillería. Tumores hipertrofiados que se detonan contra las murallas que protegen a las ciudades. Revientan en sangre contra las almenas como mosquitos bien alimentados. Hay mosquitos hasta debajo de la mesa. Ninguno ha estado presente pero todos afirman haberlos visto.

Son los nimbos y las aureolas divinas que pinta Duccio, tomados a la manera de un coleccionista de mariposas con una red de las auroras boreales. Duccio es un pintor de milagros, y en verdad es necesario haber padecido los embates de la vida artística para decir que, en realidad, Duccio es un pintor milagroso. Dibuja con lápices de punta dorada como las flechas que lleva Eros en su aljaba.

Debe tener algo de encantador o de hipnotizador con esas auroras boreales que toma con su red de los cielos de Siena para que Vasari no lo quiera. Debe tener algo de chulo seductor o proxeneta para que Vasari le muestre un poco de ese desdén tan gracioso que a veces muestra.  ¡Debe tener algo de similar grandeza que Giotto di Bondone! ¿Un antídoto contra el Sol de Florencia salido desde la ciudad de Siena? ¿Dos soles en el mismo sistema planetario?

¡Imposible! Debe tener algo de simulacro tanta y tanta belleza…

II

31windowHay algo de divina e indefinible sutileza en las pinturas de Duccio. Parecería que hubieran estado pintadas ahí por muchos milenios y no sólo por algunos cientos de años. Son pinturas como árboles. Tienen la majestad de los robles, los roquedales o la de la rugiente caída de las cascadas. Pintura en la encrucijada en que el gótico, el estilo bizantino y el primer Renacimiento se encuentran.

Su pintura es una fragua de la naturaleza donde todos los espacios vacíos también son materia que incumbe a la pintura. El aire es pintura. La luz es pintura. Todo lo que se derrama y fluye puede ser pintura.

La pintura de Duccio hace brotar en el corazón del que observa algo parecido a la creencia.

Es necesario despertar estas sensaciones en los hombres para comenzar a despertar suspicacias. ¡Brujo! ¡Sabedor de las artes de Tesalia! ¡Propaganda! ¡Demasiada luz nos deja el beso que nos enrojece la mejilla!

Es necesario  dejarse deslumbrar por esta pintura grande para no ver en ella nada de su lirismo y de su dulce encanto.  ¡Se nos pide ver de frente lo que ya nadie puede ver ni comprender!

III

maest_0Duccio di Buonisegna pertenece a la Trinidad de los Maestros fundadores de la pintura moderna junto con Giovanni Cimabue y Giotto di Bondone. De los tres quizás Duccio sea el más espiritual. Tiene alas para ser un místico y fe suficiente para reinventar sus creencias cada vez que pintaba un nuevo ángel. Sus pinturas parecen la dorada armadura del más divino paladín de la cristiandad y dentro bulle un alma hermosa.

Vasari no consigna para Duccio ningún lacónico epitafio descubierto en la fría losa de alguna perdida catedral italiana. No pudo ni siquiera imaginar una tumba para el más grande de los místicos de la pintura italiana.

Tendría que proyectarse para Duccio un sepulcro del tamaño del gigante Ferragús que rompía lanzas en las gestas de Carlomagno. O como el sepulcro monumental del cojo Vulcano que labró el escudo de Aquiles y que contaba mil historias. No hay catedral de vitrinas multicolores que Vasari reconozca como la sepultura de Duccio di Buonisegna.

Sus pinturas sostienen la bóveda en que reposa el epitafio nunca escrito de Duccio. En los capiteles que pintó hay una composición musical.

Para el mejor de los pintores místicos, la música es su epitafio…

La Fama dice:

I

mystic_mHe aquí unas instrucciones para descender al Reino de los Muertos.

Deberás conseguir una rama dorada que brille como el sol para que alumbre tu camino a través de las oscuras calzadas del Averno. Puedes pedir indicaciones a la hechicera Circe acerca de qué preguntarle al viejo Tiresias, ciego como una topo pero que puede verlo todo. Procúrate una sibila, un Virgilio ¡o una Fama! de voz clara para que guíe tus pasos. Son los mismos pasos que Orfeo emprendió cuando descendió llorando por su amada muerta. Ven conmigo, yo te llevaré.

Seamos rápidos y sigilosos ¡pasemos veloces frente a las perras de Hécate de fino olfato! Que no nos taladren los oídos con sus ladridos. Mira el olmo gigante en medio del gran vestíbulo infernal de donde cuelgan todos los sueños vanos de los hombres.  ¡Vamos! Es momento de mostrar tu rama dorada –como seguro pasaporte— al iracundo barquero para cruzar el río Aqueronte. ¿Puedes oír los llantos y lamentos de las miles de almas muertas? ¡Ahí está el juez Minos dando oídos a lo que todos tienen que decir sobre su actuación en la tierra! Pero pasemos de largo, que Minos no nos vea, no es momento de contarle nuestro relato.

El camino se bifurca: de un lado el Tártaro; del otro, el Elíseo. Vamos al Elíseo, lugar de los bienamados que ahora nada queremos saber de tormentos y supliciados. Vamos: cuelga del dintel de la puerta tu dorada rama ¡entremos ya al Elíseo! Aquí se oye la música melodiosa de los zumbidos de abejas. Es el lugar de las almas muertas de pertenecieron a aquellos que en vida fueron héroes o que ennoblecieron la tierra con las artes. ¡Mira! Ahí está el pintor Berna de Siena fabricando imágenes del alma de las cosas. Berna murió a los 32 años. En otro tiempo se decía: “aquellos a quienes los dioses aman mueren jóvenes”… Acerquémonos a Berna. Dejemos que nos hable. Dejemos que nos confíe secretos que luego podamos romper…   

II

Los pintores sacuden el gran ciruelo de los relatos para pintar sus historias. Del gran ciruelo agitado a veces caen frutos maduros sobre suelos fértiles; otras caen frutos precoces sobre suelos yermos. El segundo testamento de La Biblia fue un fruto maduro en el suelo fértil de la imaginación de los pintores del primer Renacimiento.

Berna de Siena agitó el árbol de la Biblia y de él cayeron laqueadas manzanas rojas. También sacudió el árbol de la Leyenda Dorada para extraer sus temas de las historias de los santos. Sacudió el Árbol del Folclor.

Pero Berna de Siena fue él mismo un fruto prematuro. Cayó antes de tiempo del árbol de la vida sobre suelo infértil. Cuéntanos, Berna, tus secretos; para que podamos romperlos o para que podamos dejarlos caer como frutos prematuros del árbol de mucho follaje de la habladuría. Te oímos, Berna…

III

“Caí del andamio” fue lo que nos dijiste cuando nos acercamos a ti en el Elíseo. Y como si fueras Palinuro, el timonel caído, nos pediste que habláramos de ti y de tus pinturas. Caíste del andamio. Se terminó el suelo que pisabas, pero en cambio se te ofrecieron los verdi-dorados campos del Elíseo. Igual que Palinuro, caíste de la quilla de tu embarcación y no sabías nadar en el abismo. Pero sabías imaginar, Berna.

Nos pediste que alzáramos un túmulo clavando un remo y que enterráramos un pincel partido por la mitad en tierra húmeda para que de la semilla brotaran simulacros. “Simulacros pero nunca simulaciones” nos dijiste al oído, Berna que siempre permanecerás joven en mi recuerdo.

Como si cayeran del andamio del que tú caíste, llovieron epitafios que te escribieron los que te querían.

‘Aquí reposa un timonel caído, el Palinuro de la Pintura’

O ‘Demostró que ser pintor es precipitarse en caída libre’

O ‘Su último trazo lo dio en el aire, después se estrelló contra su sombra breve’

Todos estos epitafios acabo de inventarlos para ti, Berna. Mi fantasía la aprendí de ti, joven caído, amado por los dioses que te arrancaron con un glorioso salto desde San Gimignano. Quizás en el aire pediste la facultad de vuelo. Ya no hay nada que temer ¡Ícaro! ¡Ícaro! ¡Recuerda cuando éramos jóvenes!

 

La Fama dice:

I

2north1El hombre que no tiene casa no tiene apegos.

Agnolo Gaddi nació en una Casa de estirpe Real: la casa de los pintores Gaddi. No podrías creerte el apego que Agnolo tenía por su propia casa. Hijo de un rey de la pintura, Agnolo Gaddi es el último príncipe de la Casa; inventa incluso un escudo de armas para su familia que parece un pastel de carne con ajilimójili.

Pero ‘Cual el linaje de las hojas, tal es el de los mortales’ escribió Homero hace más de mil años. Como el linaje de las hojas que barre el viento. Esta es la historia de una Casa que cae a pedazos como la Casa Usher. O como la forma feliz de una nube pasajera. El esplendor y la disolución de los Gaddi tomó tres generaciones. La estirpe comienza con el abuelo Gaddo Gaddi continúa con el hijo Taddeo Gaddi y termina con el nieto, Agnolo Gaddi. La casa que comienza con humildes pintores termina con soberbios comerciantes. De hecho, los hijos de Agnolo ya no querrán  llevar los hábitos del pintor prefiriendo los hábitos del mercante… En la Casa de los Gaddi se monta un Teatro de Necedades y los que se pone en escena es la Fama.

 II

Yo estaba ahí cuando el griego Milón de Crotona desgajó por el centro a un roble y lo separó en dos como si fuera una tijera elástica. Ahí tenías al fornido atleta temblando de fuerza manteniendo abierto al roble. Los fuertes brazos parecían enroscados de serpientes. Parecía que las venas iban a explotarle. Le serpenteaban venas moradas en la frente. Y de repente, que el árbol regresa con fuerza a su forma antigua ¡Trac! Y ahí queda Milón de Crotona atrapado en medio del roble: por aquí sale un brazo y por allá una pierna cual torcidas ramas. Yo estaba ahí cuando la multitud rió a coro de Milón. Me he habituado a ver cosas terribles. Las mitigo cantando. Me he habituado a los leones. ¿No vi cómo la turba apedreaba a Milón de Crotona atrapado en el árbol cuando antes, en el lanzamiento de disco, lo adoraban? ¿No vi a los niños mofarse del que antes llamaban ¡Hércules! ¡Hércules! O ¡Héroe!¡Héroe!?

Agnolo Gaddi también abrió un árbol: el Árbol de la Avaricia. Lo sostuvo con los brazos abiertos como tijera elástica por tres décadas. ¡Hércules! ¡Hércules! Y de repente ¡trac! Agnolo Gaddi quedó preso en medio del árbol de la Avaricia que se le cerró encima a la manera de una trampa para lobos. Pero en esta ocasión no quise ver cómo la muchedumbre se ensañaba con Agnolo como antes lo hicieran con Milón, así que abrí el Árbol de la Avaricia para que Agnolo saliera por su propio pie.

En una vieja fábula de Esopo se cuenta cómo  Prometeo puso en los hombres dos alforjas: en una se cargan los defectos ajenos y se lleva por delante, en la otra se cargan los defectos propia y se lleva por detrás: por eso nadie puede ver los defectos propios y sí los de los demás. Veamos la espalda de Agnolo alejarse por el camino: he ahí a un hombre preso que después fue liberado. He ahí a un humano…

III

Agnolo Gaddi no es el personaje principal del drama La Caída de la Casa Gaddi. Agnolo es el encargado de mantener prendida a duras penas una llama que pierde oxígeno. La llama está a punto de apagarse y apenas calienta las manos frías. La llama azul sobrevive dando brincos como fuego fatuo en una ciudad donde otras llamas más vivas comienzan a incendiar edificios y templos. Es el fuego de una nueva generación de artistas que no quiere dejar ni una sola trabe sin el tizón y la chispa. Agnolo habrá de batirse a duelo con esta generación volcánica. Y habrá de perder. Agnolo sólo era un hombre tratando de salvar la llama de su propia Casa Real.

A todos los Gaddi puedes visitarlos en la sepultura familiar, ahí, en Santa María Novella. En la fría losa, tan fría como la llama familiar otrora tan viva, debería poder estar grabada esta inscripción imaginada: ‘Prefiero ridículas pinturas que el divino comercio de llamativa fama’ (Cicerón)

La Fama dice:

I

virgin_cA la hora de la tarde cuando los gatos buscan las piernas de sus dueños y entrecierran los ojos de puro deleite ofreciéndoles el cuello, los dioses beben ambrosía en lo alto del Olimpo. En los pastos las cabritas ramonean y a lo lejos se escucha un río vadeando un valle. Esopo come higos de su zurrón y del tronco rugoso de un árbol embarazado nace el hermoso Adonis para que después la diosa Venus lo persiga por los claros del bosque y los umbríos robledales como si fuera un mundo vuelto del revés donde la liebre persigue a la zorra para darle caza. En suma, cuando el narrar incontrolable de deleites nos llena la boca de espumosas mieles, ahí tú, como un gato zalamero, querrías también ofrecer el cuello al mejor postor, entrecerrar los ojos de puro deleite… y ronronear.

Escruta el mundo olímpico surcado de placeres. Sí: son ellos los únicos dioses llamados a ser dichosos. Los dioses que vinieron después son tristes policías, grises burócratas que administran penas y castigos. Los bosques son para ellos un nido de pecados y fuegos fatuos. En cambio, en la tranquilidad de un bosque griego, se pueden ver pasar hermosas ninfas de brazos blancos y pechos cándidos. Puedes desear morder esos senos turgentes. Morderlos sin castigo si tienes la aprobación de tu ninfa, desde luego. Puedes pensar como Apolo: ¡Imagínate si yo le peinara los cabellos!

Giovanni dal Ponte se deleita con las ninfas y ramonea como un cabrito. A veces también te ofrece el cuello como un plácido minino que se acaricia contra los muebles de la estancia.

Hizo de Florencia su Jardín de las Delicias. Su carácter hedonista lo llevo a hundir la mano en la espesura del cabello de la vida más que en el de la pintura, que le puede agriar el carácter a cualquiera. La claridad de su ánimo no se enturbia ni siquiera en las tardes grises. Pintor dichoso como Matisse…

II

Un discípulo del placer que sabe de manzanas y pomadas no necesita un Maestro. Aprende a pintar comiendo higos dulces. Aprende a hablar preguntando a las ninfas ¿es un pastel de miel lo que llevas en la entrepierna? (P.P. Pasolini)

En otoño recoger el mosto de las uvas derramadas. Y en verano, si queda algún tiempo después de oler la fragancia de una mañana clara o después de seguir con los ojos el vuelo de una abeja, quizá pintar.

Nada que reprocharle tiene la Fama al sabedor de higos, Giovanni dal Ponte. Quizás en el dulce engaño de la felicidad el pintor se supo un jugador del juego erótico, encubierto de inocencia, que juegan los pastores y las ninfas. Ahí todos juegan a lo mismo: a confiar un secreto sexual al oído de la ninfa más cercana y fingir candor. Por eso Giovanni dal Ponte pintó con colores vivos nunca antes vistos. Se necesita ser un poco estúpidamente feliz para pintar con muchos colores.

Los tigres se enamoran. También los linces. Hasta un pintor de ojos torvos y de semblante lóbrego puede enamorarse. Tísico, prematuramente envejecido a fuerza de pura sombra de taller, impotente para la vida pero fecundo para el arte, el pintor puede engañarse dulcemente y ser feliz. Felicidad que dura sólo un entreacto. Ya vendrá el próximo número con sombríos parlamentos…