La Fama dice:

I

ancient2Ya han pasado tantos siglos como volátiles en el aire. Ha pasado tanto tiempo. Ya nadie sabe exactamente cómo invocarme, a mí, la Fama, a medio camino entre diosa y amiba.
Tanto tiempo que ya nadie sabe a ciencia cierta qué plegarias elevarme o qué ofrendas sacrificiales quemar en el altar.

Mmmmm… El campeón del pancracio Meliso de Tebas –que se contorsionaba sobre sus contrincantes como un trapecista– sí que sabía cómo halagarme. También Alexis de Tarento que tanto envanecía el gesto cuando cantaba y que se ganó, por esto, la antipatía del mismo Aristóteles. Alexis sabía cómo agasajarme con sus cantos de rapsoda. Yo soy una diosa o amiba generosa. Siempre beneficio a quienes me lisonjean.

Es el caso del pintor y arquitecto Jacopo dal Casentino. Nació en una casa innoble y de unos padres de oscuro linaje. Creció entre sórdidas estrecheces. ‘Acarició la idea de vencer la pobreza mediante la pintura’ está escrito en el evangelio según Vasari. Pero el orgullo miserable que empujó a Jacopo a salir de la pobreza no estropeó ni arruinó su espíritu altivo. Yo misma me encargué de ello. En tierra de banqueros ser pintor es una salida de emergencia. Cuando era muy niño Jacopo dal Casentino entró como aprendiz en el taller del viejo Maestro Taddeo Gaddi.

Para tener vino diario sobre la mesa es necesario afeitar el orgullo y destensar las cuerdas, generalmente tensas, de la dignidad. Pero Jacopo era un artista y no el mono de la fábula que salvado de morir ahogado por un delfín, comienza a fanfarronear sobre el lomo de su salvador acerca de su ilustre ascendencia.

Jacopo es un artista… y de los más notables. El afán material no estropeó a Jacopo dal Casentino que pintó hermosamente por las razones equivocadas. Pero eso no importa porque al final, si bien el delfín de la riqueza salvó de morir ahogado a Jacopo, no pudo evitar que la mayor parte de sus pinturas se hundieran en el mar. El delfín de la riqueza salvó al pintor pero no a sus pinturas, que es otra forma de morir…

II

Cuando Giorgio Vasari escribió la vida de Jacopo dal Casentino pensó que ninguna de sus obras se había conservado. Inventó un epitafio en el que hace hablar al artista en primera persona:

Tuve una mano segura y sólo pinté frescos.
Ningún cuadro conserva mi obra

Vasari estaba equivocado. Lo cierto es que, como ya he dicho, yo misma me encargué de salvar algún número pequeño de sus pinturas. Dos o tres, ya no sabría decir. Ha pasado tanto tiempo. ¿Existiría una pobreza más sórdida y verdadera si hubiera sobrevivido el pintor opulento pero no sus pinturas? Ahí está, por ejemplo, esa miniaturilla que salvé del naufragio y que representa ‘La enseñanza de los Antigüos’. Muestra a un sabio, a un rey, a un sacerdote y a un mendigo cada uno dispuesto en los ejes de una Rueda de la Fortuna. Una mujer de vestido azul y coronada por una tiara gira el mecanismo de modo que a veces el rey está en lo bajo y el sacerdote en lo alto; otras el mendigo sube y el sabio baja, y así, todo cambiando de fortuna puesto en acción por ¿adivinen quién? La Fama. Sí, yo giro la Rueda de la Fortuna en la miniaturilla de Jacopo dal Casentino. Quise agasajar a Jacopo salvando ésta obrilla de morir disuelta en el mar sin pena ni gloria.

Vasari no podía saberlo. Él sólo consignó al pintor opulento.

Vino Jacopo dal Casentino con el olor de los billetes sudados. Vino con el olor del falso valor de la promesa de un oculto tesoro en la entraña de la tierra. Vino con el metal líquido con que se fraguan las espadas y se acuñan las monedas. Vino con el olor de la Fortuna y la Furia. En una tierra de banqueros es difícil pedirle a Jacopo que no piense en dinero. En una tierra de príncipes y opulentos el pobre es sólo un mal duelista. Es necesario batirse a duelo con toda la ciudad e intentar permanecer no en el libro de la historia de los hombres sino en el libro de cuentas…