La Fama dice:

 I

apostleMi ánimo me inclina a querer hablar acerca de las mudanzas de Antonio Veneziano.

Debería admitirse para todo aquél que cambia constantemente de modo de ser, un poco del miedo que hace sudar frío al jugador cada vez que tira los dados. Labrar la propia personalidad a través de muchas mudanzas del temperamento dejando atrás a los que una vez quisiste; elevándote sobre tu espíritu cada vez más pero también cada vez más solitario por las tardes; demudado frecuentemente a fuerza de vocación.

El llamado es uno, las formas de acudir a ese llamado son múltiples. Pero toda vocación es una bomba de tiempo debajo de la mesa: en cualquier momento puede volar en mil pedazos. Con la vocación explota también la vida, o mejor dicho, explota la manera de entender la vida.

En su tierra natal los ojos de sus compatriotas estaban cerrados para él. Cuando los venecianos lo veían sus ojos supuraban un mal ácido. Antonio abandonó los muros mohosos de su natal Venecia por la promesa de Florencia, circundada  de elegantes cipreses. Dejó Venecia aguijoneado por los dardos certeros de los envidiosos. Antonio los lleva hincados todavía en su sensible corazón de artista.  Yo ignoro si alguna vez pudo sepultar el recuerdo de los recelosos. La mudanza de Antonio Veneziano está perfectamente justificada. Lleva el apellido Veneziano como Sísifo lleva su pesada piedra sobre la espalda.

A veces Antonio Veneziano se sienta sobre su roca a oír los murmullos de la tarde…

II

Recuerda el antiguo precepto pitagórico según el cual es de pésimo augurio recoger algo que haya caído al suelo.

Heléboro para el insomnio que haya durado más de dos semanas. Por lo demás, deja que el éter nutra los astros durante el equinoccio. Intenta dormir después del segundo alimento; que el estómago satisfecho haga reposar los espíritus de tu mente intranquila después del turrón y las tostadas.

¿Bocio? ¿Malaria? ¿Ojos saltones de escrofuloso? ¿Indicios de cabeza de alforfón? ¡El antiguo pintor ahora devenido médico, Antonio Veneziano, tiene los mejores remedios de Florencia!

¡Acude, oh doctor, a rajarme la vena hinchada!

Doctor Veneziano, Giorgio Vasari se rasca todo el tiempo. ¿Qué otro remedio tiene usted para el escozor de la piel además de las consabidas uñas tan largas como cuchillos?

El esputo y la flema deben tenerse en consideración según las disposiciones humorales del paciente. La melancolía de Margaritone que le hace ver cometas y arco iris nocturnos: ¡tratemos la bilis negra del paciente con aires dulces de laúd! Y deje de pintar, Margaritone, que pintar le llena de sombras el ánimo.

La flema irritable de Cimabue se quedará en observación: reposo, algo de filosofía neoplatónica y aceptación. Aceptación de sí mismo y de las críticas de los demás, Maestro.

La manía avariciosa de Agnolo Gaddi se simboliza con un enjambre de abejas aturdiéndole el sueño. De Buffalmaco la hernia y de Cavallini la vena estropeada.

¿Te has enamorado de una rosa infernal de cándidos pechos, Giovanni? El amor se cura con el tiempo. Espera y verás.

Cuando Lyssa aparece en el umbral y comienzan a sonar flautas terroríficas sabrás que dentro de poco perderás el seso con furor, epilepsia o histeria. ¡Arrójame entonces la piedra curativa y que sienta yo el desmayo de la tensa calma! ¡Lapídame de templanza, sofrosine y manía carismática!

Cúrame de insania, oh, Antonio Veneziano, pintor y médico… el médico de los pintores.

III

El epitafio de Antonio Veneziano es digno de recordarse:

En mis años de juventud fui pintor, el resto del tiempo me cautivó al amor por la medicina. Aplazaba con la medicina el desenlace de muchos.

Experto en pintura y experto en medicina, Antonio Veneziano fue el pintor de los cirujanos y el cirujano de los pintores. Tomaba alternativamente el pincel o el bisturí. Practicaba sangrías y pintaba al temple a la caseína.  Yo recuerdo cuando Antonio Veneziano fue a asistir en la muerte al gran Giotto: hablaban de pintura aunque hablaran de la hinchazón de las venas.

Antonio murió de un atroz dolor de estómago…