La Fama dice:

I

thebaidGherardo Starnina fue en el campo de la pintura lo que siglos más tarde será Cristobal Colón en los viajes marítimos y de aventuras. Pero Gherardo no descubrió piélagos que antes no hubieran sido vistos: ya Hércules había atravesado España cuando se dirigía al Jardín de las Hespérides.

Como Colón, Starnina necesita a España. Hispania era el confín de todos los mapas hacia el Poniente. Más allá de esta tierra que se abría como pregunta se dibujaban dos fisonomías: una  abominable, de tierras habitadas por monstruos tenebrosos y dragones; y otra de semblante  amable de reinos afortunados o de islas sumergidas en el océano como Atlántida o San Balandrán, residuos de una Edad Dorada que reaparece de cuando en cuando de la profundidad de los mares.

España era la tierra medida por los pasos de los trotamundos y de los peregrinos compostelanos, armados con palmas y bastones. Hispania se caminaba hasta dónde los salteadores de caminos lo permitieran.

Al norte de los Alpes, Europa se solazaba en la barbarie. Pero en España habían dos burbujas de la más alta y refinada civilización. Alrededor de ellas los lobos acechaban y los linces se mantenían rampantes. Era la Corte de Toledo y el Califato de Córdoba, este último sacado de la imaginación de las Mil y una noches. La corte de Toledo, por otra parte, era el refugio de las almas ulceradas por la gentileza. Corte de trovadores y troveros, de viejos caballeros andantes gordos de vanagloria y cortesía; cruzados, poetas y nobles se daban cita en la corte de Toledo, famosa a fuerza de Amor Cortés.

Gherardo Starnina llegó a la Corte de Toledo y se le adelantó por tres siglos antes a El Greco. El espíritu de Starnina se vuelve gentil en la refinada corte donde aprende los dulces aires del laúd. Aprendió de Toledo el amor cortés, pero en cambio, Toledo aprendió de él un arte extranjero y nunca antes visto: el arte de las nuevas luces…

 II

La Capilla de San Blas, en Toledo, más que pinturas muestra un Acto. Debido a su lamentable estado hoy no podrías hacerte mucha idea de su esplendor de otro tiempo. Es un acto ceremonioso, y por momentos afectado, que inaugura la tradición de la pintura española que no es tradición sino una sucesión de apariciones irregulares de colosos. Su número no es grande, pero uno o dos de ellos bastan.

En San Blas, Gherardo Starnina pintó rocamadores, es decir, amantes de las rocas. Llamados por la fe a pasarlo en ermitaje en lo alta de una árida montaña. La vida mística que pintó Gherardo no representa un loco afán ni una extravagancia, era la imitación de Cristo:  el auténtico Fitness de la época.

Con su espíritu gentil Gherardo pintó de azul profundo los espacios que en otro tiempo algún oscuro maestro ibérico hubiera pintado del color de la morcilla y del oro. Abrazó la idea de pintar la capilla más hermosa del mundo, sólo comparable quizás a la Capilla de la Arena en Padua.

¡Hijos míos que esperan historias noveladas de dónde tomar imágenes con clave de mundo! ¡En esta historia bien cabe la historia de una discordia! Starnina llega a Toledo huyendo de sus múltiples enemigos italianos. Gherardo se refugia en la capilla de San Blas de las iras y las centellas de sus  adversarios. España es su refugio y su caverna, lugar de su eremitismo dónde esperar a que la sabiduría ascética se le derrame del corazón a fuerza de mirar atardeceres rojos.

Practicó el sueño de los eremitas recostados sobre la dura y afilada piedra. La pintura de Gherardo Starnina fue un acto de miedo… y de inauguración….

III

Una vez Gherardo Starnina pintó a un bello muchacho montado a la espalda de otro rapaz como si fuera un jamelgo. Cuenta Giorgio Vasari que el muchacho que hace de caballo apresura el paso al látigo de su jinete. El caballo intenta morder la oreja del que lo cabalga.

En este inocente juego de niños pintado puede vislumbrarse el programa entero de una vida: convertirlo todo en Obra de Arte reconduciéndolo todo a una sencilla regla de juego. Una cruzada fundamentada en el juego. Pero nadie ha dicho que en el juego no exista el miedo. ¡Recuerda cuando el juego producía temor y volverás a tu propia antigüedad! La pintura de Gherardo temeroso de sus poderosos enemigos juega con sus propios miedos.

Murió a los 49 años, feliz de morir distanciado de Italia y jugando a la utopía. Vasari le consignó un epitafio de dudosa profundidad:

“Llevado por los hados
siempre lo han celebrado como se merecía
con grandes y sentidas loas”

Se sabe que Gherardo murió fulminado por una extraña enfermedad. Cuando cayó al suelo llevaba puesto el mismo traje español con el que una vez se había autorretratado entre los curiosos que veían morir a San Jerónimo…