La Fama dice:

I

“En medio del universo, entre la Tierra y el Mar y las Regiones celestes hay un lugar desde donde se contempla todo cuanto sucede en los demás países, incluso los más apartados, y en donde todas las voces penetran en unos oídos siempre dispuestos a escuchar” (Las Metamorfosis. Ovidio)

Eso está escrito en el dintel de la puerta siempre abierta de la ciudadela de la Fama. ¿Y yo? Yo soy la Fama. Puedes reconocerme entre la espesura de un bosque de murmullos.

A mi palacio no le he puesto ninguna puerta, pero lo cierto es que las puertas abiertas de mi imperio no todos pueden cruzarlas. Por eso, a fin de obtener la Fama, los hombres aplastan, sitian ciudades, ¡realizan pinturas o escriben libros! “Ten cuidado con lo que deseas y pides al cielo” advertía un satirista romano. Y tiene razón: ¡Cuidado con lo que deseas: porque te puedes volver famoso!

Todos vivimos habitados por una locura ¿tú ya has descubierto la locura que te habita?

Los antiguos griegos luchaban por obtener la opinión favorable de los demás. Que quedaran indelebles en la memoria  sus proezas físicas, su valor en el campo de batalla, su habilidad para esgrimir argumentos en la plaza pública, en suma, luchaban por obtener mi lustre.

Ahhhhh… la Fama: arcos del triunfo, monedas, trofeos, medallas, retratos tallados en piedra o acuñados en metal, pinturas, escudos, ¡15 minutos! Los pintores llenan sus talleres de pinturas: apilan lienzos que pueden contarse por docenas; los escritores, pródigos en letras, colman sus estudios hasta el techo. Pero hoy se lee de Petrarca las obras por las que él se sentía menos orgulloso: el gusto de los siglos es veleidoso ¿no lo sabes aún?

Pero yo comprendo a mis ansiosos hijos. Soy lo que podrías llamar la Épica del Deseo Humano. Y del mismo modo que mi hermano, El Sueño, tiene a su servicio a sus 3 mil hijos (cada uno de ellos encargado de crear diferentes imágenes y simulacros mientras duermes) así yo: tengo a mi servicio 30 mil voces que vienen y van mezcladas de verdades y falsedades, de gritos y susurros, de deseos y posibilidades. Mi voz es un coro de 30 mil bocas que cantan a la volatilidad…

II

Recuerden esto y nunca más volverán a sorprenderse de los caprichos de la vida de artista: pueden haber famosos sin fortuna y afortunados sin fama¡Pero a un artista del Renacimiento no le interesaría una separada de la otra! ¡Fama y fortuna son dos expresiones emanadas de una misma fuente: el genio!

Al genio del Renacimiento no se le escatima fama y fortuna o de buena gana abandonaría su taller de oficio en la Calle del Cocomero por los bancos de contador de monedas de oro en el Puente Viejo sobre el río Arno. En Florencia se ama el dinero y la belleza, pero sobre todo se ama el sentido práctico de la existencia. Los artistas del siglo XIII son devotos (o al menos fingen serlo) porque les conviene estar en buenos términos con hermandades y colegios.

Fingen rezar, pintan, dibujan, escriben poesías, esculpen y proyectan palacios, iglesias y fuentes. Se espían y mantienen los ojos puestos en unos y otros. Aman el lustre y el oropel, pero a diferencia de otras épocas, en los artistas del renacimiento, sus acciones y obras van a la par que su vanagloria y presunción. ¡Qué época es esta: talento igualado a la pasión! Sólo dos o tres veces en la historia de la humanidad puede darse tal empate. ¡Y yo, La Fama, dando de mamar leche como una loba de miles de ubres a todos mis adeptos! ¿Y quién extrae la gota de leche de mis pletóricas ubres en el Renacimiento? ¡Giorgio Vasari, que se rasca todo el tiempo y por eso lleva las uñas largas!

Yo llevo la batuta de la Fama y dirijo a una orquesta montada en una claraboya que flota sobre un río. Allá, a lo lejos, hay una cascada que suena. Este es un secreto voces: todos caeremos por ese río que se escapa…

III

Hasta aquí hemos caminado 29 mapas de las primeras Vidas de Giorgio Vasari. Mapas que también pueden ver los ciegos porque estos mapas son audibles. Las pinturas, las esculturas, los puentes y las capillas que puedes encontrar en estos mapas ya no existen en su mayor parte. Guíate por estos mapas y encontrarás una tierra baldía o un gris edificio de oficinas burocráticas.

Es que la Obra está en otra parte. Más allá y más acá.

La pintura de las primigenias luces, la pintura del Trecento italiano encarna un primer y esencial desacuerdo con la ciencia. Pintar en el Renacimiento implica un profundo desacuerdo con los principios ópticos de Euclides. ¡Es que la pintura está inventando su propia manera de VER! Pintar impone su propia óptica: es el plano pictórico contra la esfera científica.

Si la Obra está en otra parte, más allá y más acá, si la Obra está fuera de la esfera del recuerdo, entonces la Obra tampoco me pertenece a mí. Yo, la Fama, soy un testigo a sueldo… no más…

La Obra es algo visible incluso para los ciegos. Pertenece a quien sepa oír y caminar mapas por tierras que ya no existen. Mapas de obras imaginadas… confabuladas… algunas veces vistas con los propios ojos… otras, apenas intuidas…

Miles de lenguas anuncian al acuñador de Famas: Giorgio Vasari de ojos sorprendidos. Vasari memorioso. Vasari Funes. Vasari Recipiente. Vasari Atlas y Olvido Deliberado.

Vasari piromaníaco. Escucha cómo crepitan sus páginas quemadas.