La Fama dice:

I

mystic_mHe aquí unas instrucciones para descender al Reino de los Muertos.

Deberás conseguir una rama dorada que brille como el sol para que alumbre tu camino a través de las oscuras calzadas del Averno. Puedes pedir indicaciones a la hechicera Circe acerca de qué preguntarle al viejo Tiresias, ciego como una topo pero que puede verlo todo. Procúrate una sibila, un Virgilio ¡o una Fama! de voz clara para que guíe tus pasos. Son los mismos pasos que Orfeo emprendió cuando descendió llorando por su amada muerta. Ven conmigo, yo te llevaré.

Seamos rápidos y sigilosos ¡pasemos veloces frente a las perras de Hécate de fino olfato! Que no nos taladren los oídos con sus ladridos. Mira el olmo gigante en medio del gran vestíbulo infernal de donde cuelgan todos los sueños vanos de los hombres.  ¡Vamos! Es momento de mostrar tu rama dorada –como seguro pasaporte— al iracundo barquero para cruzar el río Aqueronte. ¿Puedes oír los llantos y lamentos de las miles de almas muertas? ¡Ahí está el juez Minos dando oídos a lo que todos tienen que decir sobre su actuación en la tierra! Pero pasemos de largo, que Minos no nos vea, no es momento de contarle nuestro relato.

El camino se bifurca: de un lado el Tártaro; del otro, el Elíseo. Vamos al Elíseo, lugar de los bienamados que ahora nada queremos saber de tormentos y supliciados. Vamos: cuelga del dintel de la puerta tu dorada rama ¡entremos ya al Elíseo! Aquí se oye la música melodiosa de los zumbidos de abejas. Es el lugar de las almas muertas de pertenecieron a aquellos que en vida fueron héroes o que ennoblecieron la tierra con las artes. ¡Mira! Ahí está el pintor Berna de Siena fabricando imágenes del alma de las cosas. Berna murió a los 32 años. En otro tiempo se decía: “aquellos a quienes los dioses aman mueren jóvenes”… Acerquémonos a Berna. Dejemos que nos hable. Dejemos que nos confíe secretos que luego podamos romper…   

II

Los pintores sacuden el gran ciruelo de los relatos para pintar sus historias. Del gran ciruelo agitado a veces caen frutos maduros sobre suelos fértiles; otras caen frutos precoces sobre suelos yermos. El segundo testamento de La Biblia fue un fruto maduro en el suelo fértil de la imaginación de los pintores del primer Renacimiento.

Berna de Siena agitó el árbol de la Biblia y de él cayeron laqueadas manzanas rojas. También sacudió el árbol de la Leyenda Dorada para extraer sus temas de las historias de los santos. Sacudió el Árbol del Folclor.

Pero Berna de Siena fue él mismo un fruto prematuro. Cayó antes de tiempo del árbol de la vida sobre suelo infértil. Cuéntanos, Berna, tus secretos; para que podamos romperlos o para que podamos dejarlos caer como frutos prematuros del árbol de mucho follaje de la habladuría. Te oímos, Berna…

III

“Caí del andamio” fue lo que nos dijiste cuando nos acercamos a ti en el Elíseo. Y como si fueras Palinuro, el timonel caído, nos pediste que habláramos de ti y de tus pinturas. Caíste del andamio. Se terminó el suelo que pisabas, pero en cambio se te ofrecieron los verdi-dorados campos del Elíseo. Igual que Palinuro, caíste de la quilla de tu embarcación y no sabías nadar en el abismo. Pero sabías imaginar, Berna.

Nos pediste que alzáramos un túmulo clavando un remo y que enterráramos un pincel partido por la mitad en tierra húmeda para que de la semilla brotaran simulacros. “Simulacros pero nunca simulaciones” nos dijiste al oído, Berna que siempre permanecerás joven en mi recuerdo.

Como si cayeran del andamio del que tú caíste, llovieron epitafios que te escribieron los que te querían.

‘Aquí reposa un timonel caído, el Palinuro de la Pintura’

O ‘Demostró que ser pintor es precipitarse en caída libre’

O ‘Su último trazo lo dio en el aire, después se estrelló contra su sombra breve’

Todos estos epitafios acabo de inventarlos para ti, Berna. Mi fantasía la aprendí de ti, joven caído, amado por los dioses que te arrancaron con un glorioso salto desde San Gimignano. Quizás en el aire pediste la facultad de vuelo. Ya no hay nada que temer ¡Ícaro! ¡Ícaro! ¡Recuerda cuando éramos jóvenes!