La Fama dice:

I

maest_00En las barberías de la ciudad de Siena los barberos aturdían a sus clientes con su cháchara interminable. Los párrocos con su meliflua verborrea taladraban los oídos de sus parroquianos. No hay siquiera certeza acerca de qué se habla pero se habla. Se repite, se difunde, se magnifica. Lo que comenzó como un quiste insignificante tiene ahora el tamaño de una munición de artillería. Tumores hipertrofiados que se detonan contra las murallas que protegen a las ciudades. Revientan en sangre contra las almenas como mosquitos bien alimentados. Hay mosquitos hasta debajo de la mesa. Ninguno ha estado presente pero todos afirman haberlos visto.

Son los nimbos y las aureolas divinas que pinta Duccio, tomados a la manera de un coleccionista de mariposas con una red de las auroras boreales. Duccio es un pintor de milagros, y en verdad es necesario haber padecido los embates de la vida artística para decir que, en realidad, Duccio es un pintor milagroso. Dibuja con lápices de punta dorada como las flechas que lleva Eros en su aljaba.

Debe tener algo de encantador o de hipnotizador con esas auroras boreales que toma con su red de los cielos de Siena para que Vasari no lo quiera. Debe tener algo de chulo seductor o proxeneta para que Vasari le muestre un poco de ese desdén tan gracioso que a veces muestra.  ¡Debe tener algo de similar grandeza que Giotto di Bondone! ¿Un antídoto contra el Sol de Florencia salido desde la ciudad de Siena? ¿Dos soles en el mismo sistema planetario?

¡Imposible! Debe tener algo de simulacro tanta y tanta belleza…

II

31windowHay algo de divina e indefinible sutileza en las pinturas de Duccio. Parecería que hubieran estado pintadas ahí por muchos milenios y no sólo por algunos cientos de años. Son pinturas como árboles. Tienen la majestad de los robles, los roquedales o la de la rugiente caída de las cascadas. Pintura en la encrucijada en que el gótico, el estilo bizantino y el primer Renacimiento se encuentran.

Su pintura es una fragua de la naturaleza donde todos los espacios vacíos también son materia que incumbe a la pintura. El aire es pintura. La luz es pintura. Todo lo que se derrama y fluye puede ser pintura.

La pintura de Duccio hace brotar en el corazón del que observa algo parecido a la creencia.

Es necesario despertar estas sensaciones en los hombres para comenzar a despertar suspicacias. ¡Brujo! ¡Sabedor de las artes de Tesalia! ¡Propaganda! ¡Demasiada luz nos deja el beso que nos enrojece la mejilla!

Es necesario  dejarse deslumbrar por esta pintura grande para no ver en ella nada de su lirismo y de su dulce encanto.  ¡Se nos pide ver de frente lo que ya nadie puede ver ni comprender!

III

maest_0Duccio di Buonisegna pertenece a la Trinidad de los Maestros fundadores de la pintura moderna junto con Giovanni Cimabue y Giotto di Bondone. De los tres quizás Duccio sea el más espiritual. Tiene alas para ser un místico y fe suficiente para reinventar sus creencias cada vez que pintaba un nuevo ángel. Sus pinturas parecen la dorada armadura del más divino paladín de la cristiandad y dentro bulle un alma hermosa.

Vasari no consigna para Duccio ningún lacónico epitafio descubierto en la fría losa de alguna perdida catedral italiana. No pudo ni siquiera imaginar una tumba para el más grande de los místicos de la pintura italiana.

Tendría que proyectarse para Duccio un sepulcro del tamaño del gigante Ferragús que rompía lanzas en las gestas de Carlomagno. O como el sepulcro monumental del cojo Vulcano que labró el escudo de Aquiles y que contaba mil historias. No hay catedral de vitrinas multicolores que Vasari reconozca como la sepultura de Duccio di Buonisegna.

Sus pinturas sostienen la bóveda en que reposa el epitafio nunca escrito de Duccio. En los capiteles que pintó hay una composición musical.

Para el mejor de los pintores místicos, la música es su epitafio…